Juan Terrero Pérez
Juan Terrero Pérez. |
Manoguayabo.-
Una aguda crisis en todos los órdenes sacude al país. Crisis en la primera
institución de la sociedad dominicana: La familia.
Crisis en la exaltación del sentido
patriótico. Más aún ahora, después de la sentencia del Tribunal más alto del
país, la 168-13, que mantiene dividida a la Nación en lo que debe ser el trato
que hay que dar a los miles y miles de descendientes de haitianos ilegales que,
pacíficamente, se apoderan del territorio nacional, con la complicidad de
autoridades dominicanas de varios gobiernos que han permitido el trasiego de
haitianos por unas cuantas monedas.
Crisis de valores, donde ahora lo bueno
es lo malo y viceversa. Crisis prohijada por una corrupción rastrera e impune
en todas nuestras instituciones; en todas.
Crisis en el sistema de partidos que
pone en peligro una de las democracias más vieja en toda Latinoamérica y El
Caribe.
Crisis moral en la Iglesia Católica, la
más poderosa y “creíble” institución religiosa del mundo.
Mientras todo esto ocurre, la República
Dominicana transita por senderos inciertos. Un país no puede manejarse así, con
un desorden en todos los órdenes, y una impunidad que corroe los cimientos de
la Patria, y nos condena a la disolución como Nación.
Y lo peor de todo, una clase política
que ha convertido en sólo negocio, lo que Duarte definió: “La ciencia más pura
y digna de ocupar la inteligencia noble, después de la Filosofía”, la Política.
Ya que las cúpulas de los principales
partidos del sistema político nuestro, se reparten el botín nacional, y los
pobres de todas las corrientes políticas suspiran abajo sus penurias y sufren
por el abuso de dejarse usar en cada proceso electoral, que con los mismos
dineros que paga la población de impuestos, se distribuyen para hacer variar
conductas y voluntades.
¿Hasta cuándo durará esta postración? El
mismo pueblo tendrá que dar su respuesta algún día.
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