Por Francisco Luciano
Santo Domingo Oeste.- Para el año de
1971, la hoy avenida de Las Palmas, era la Carretera Duarte, que estrecha, unía
a la capital con la región del Cibao y la hoy avenida México que empalma las
avenidas Isabel Aguiar y la prolongación 27 de Febrero, atravesando de Este-Oeste el Barrio Buenos
Aires constituía el camino central de la
Finca Experimental Agropecuaria
de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
En la actual autopista Duarte, frente al
Nueve Motor, en terrenos del actual barrio Enriquillo, al oeste de la Isabel
Aguiar y prácticamente bordeándola, se abre un cañón por donde corría agua recorriendo
todo el cauce de Guajimía.
Se trataba de una cuenca natural del
relieve que mantenía un curso de agua permanente que venía de más hacia
noroeste por detrás de La Marina.
Este cauce, hacia en su curso algunos
meandros de los que llegamos a disfrutar: Cubila, Mingo, Ramoncito, Eusebio,
Rolando, Pedrito, Eliseo, Aridio, Yiyo, Chichico y su hermano, Chinchín, Papo,
Lolito y yo.
En la zona de lo que más tarde se
constituyó en los predios que ocupa La Hora de Dios. Con una donación de
400 tareas que le hizo la UASD y antes de que se construyera la hilera de
casitas de Blocks con plato, teniendo
como parte trasera la cañada de Guajimía, donde esta separa a Buenos Aires de
Las Palmas y donde la calle Las Carreras se convierte en Las Cayenas, nosotros
solíamos deslizarnos pendiente abajo en yagusiles, pedazos de yaguas o en
galones plásticos para caer en la poza de aguas cristalinas que siempre fría
nos esperaba sin protestar.
Otras veces, generalmente, después de
los tiempos de lluvias nos bajábamos caminando hasta la zona de la Calle México
conocida, como La Jabilla, ya que allí se hacia un charco gigante, donde nos
bañábamos y, muchas veces, atrapábamos camarones de los que las crecidas
arrastraban hasta allí. Eso queda exactamente donde desde la México se cruza
hacia La Gallera.
Para esa época, corrían los años 1972,
73,74 y todo el cauce la cañada estaba lleno de guayabas, guácimas, caimitos,
mamones, limoncillos, etc., nosotros nos
dábamos la gran vida consumiendo dichas frutas y cum de amor.
Luego vinieron las ocupaciones y la
gente fue construyendo a ambos lados del acuse de Guajimía y dejando descargar
en ella las aguas de fregaderos, lavados
y de letrinas; también la tiradera de basura y más tarde se comenzaron las construcciones en el propio
cauce de la cañada.
La historia de las inundaciones, las gentes que se trago la cañada con las
crecidas durante los aguaceros es materia conocida, como también la transacción
millonaria que contrajo el país para entubar la cañada, tratando de eliminar el
efecto y no el problema pues, sin haberse los completado los trabajos de
ingeniería del proyecto, autoridades displicentes, políticos inescrupulosa,
policías corruptos y gente sin concepto de ciudadanía se prestan a permitir y propiciar que se construyan nuevas
y mayores edificaciones sobre los terrenos salvados por la intervención.
Una buena parte de las personas ubicadas
en apartamentos, han vuelto al lugar, donde estaban, ahora construyendo sobre
los terrenos rellenados y aplanados por la intervención de la cañada.
No cabe dudas que faltó una capacitación
adjunta que educara a los ciudadanos, a los que se ubicaron en los apartamentos
y los que se quedaron para evitar la reocupación de dichos predios, pero
también falta el sentido de responsabilidad, vigilancia y control de quienes
ejerce la autoridad política, tanto a nivel del gobierno local como de las
agencias interventoras del gobierno central.
Ninguna obra de ingeniería puede sola
elevar la conciencia ciudadana, hace falta capacitar a los ciudadanos comprometiéndolos
con la preservación y el mantenimiento de la misma. Pero también de autoridades
dispuestas a recorrer al poder coercitivo de la ley frente a todo violador sin
importar el rango social, el estatus político o la militancia religiosa que
profese.